CUSTODIA ÚBEDA


Basílica Menor Santa María de Úbeda.  
Custodia de Versalles, donada por Luis XIV (año 1672)

 
 
D. Diego García Hidalgo encargó una nueva custodia para Santa María, pagada por los feligreses y réplica casi exacta de la que doña María de Molina enviara desde Versalles en 1672. Pero carece esa nueva custodia de la finura, de la elegancia, del policromado, de aquella joya original. Y carece, claro está, de esa impresionante colección de piedras preciosas que convirtieron a la joya de doña María en la más codiciada y valiosa de las joyas existentes en la diócesis de Jaén.


MANUEL MADRID  DELGADO  (16-05/2010)

El 26 de julio de 1936 desaparecía una de las joyas más fastuosas que existían en la provincia de Jaén: la custodia francesa de la antigua Colegiata de Santa María de los Reales Alcázares de Úbeda. «Una custodia de oro y plata sobredorada esmaltada de colores que es un Sol en el que hay setecientos y zinquenta y zinco diamantes jaquelados y tablas y ciento doze rubies, cinco çafiros blancos puestos en lugar de diamantes y en el pié de la peana que se forma de tres ángeles de escultura de plata con sobrepuestos de oro esmaltado, de colores, y en los que ay doscientos y treinta diamantes jaquelados y zinquenta y tres rubíes y un jacinto de treinta quilates de azea», según se describía en un documento de 20 de mayo de 1699. «La Custodia es de primorosa labor gótico-bizantina, que admira á cuantos la contemplan. Respecto á las piedras preciosas que tenía, según su aprecio, dudamos que las conserve», escribió Ruiz Prieto en su ‘Historia de Úbeda’, doscientos años después y casi cuarenta antes de que la custodia desapareciera. Pero. ¿cómo llegó esa joya verdaderamente fastuosa, de la que sólo se conservan algunas fotografías, hasta Úbeda?…

Algún día debería escribirse la historia del Jaén alucinado y alucinante, un fresco de la vida en esta tierra durante el Renacimiento y el Barroco, un retrato vívido de milagros, supersticiones, pintores, frailes, monjas, beatos, nobles, criadas. o azafatas de voz prodigiosa que ganan para sí la más hermosa joya de la capilla del Rey de Francia. Tal vez sólo así podamos llegar a comprender que lo que de entrada aparece revestido con auras de leyenda tiene, en el fondo, una íntima conexión con la realidad del momento. Porque en el caso de la desaparecida custodia de Úbeda puede difícil resultar discernir la leyenda o el mito de la historia, salvo que se entiende que toda leyenda es un reverso poético de la historia. Reconstruyamos, pues, los datos fragmentarios que sobre esa joya francesa nos han llegado. 
 

La historia y la leyenda -o la historia legendaria- dicen que nació en Úbeda, en el seno de una familia humilde, una niña llamada María de Molina a la que bautizarían en la parroquia del Sagrario de Santa María. Y cuenta el relato que gozaba la niña de una voz verdaderamente prodigiosa, de la que se enamoró la duquesa de Camarasa. Tanto, que pidió autorización a sus padres para poder llevarse a la niña a la Corte de Felipe IV, a lo que accedieron, claro, porque eso suponía huir de la miseria rampante en la que por entonces vivían los pueblos de Jaén. Al llegar a la Corte -allí conocería doña María de Molina a Velázquez y a Mari Bárbola y a Nicolasito Pertusato y a los grandes de España y a.-, la ubetense pasa a ser nada menos que azafata de la infanta María Teresa, a la que ya para siempre ligaría su vida. Tanto, que cuando la hija de Felipe IV parte hacia la Isla de los Faisanes, para ser entregada en matrimonio al rey de Francia, la ubetense la acompaña y con ella llega hasta la Corte de Versalles.

Y allí, en el que, firmada la paz entre una España derrotada y una Francia victoriosa, era el nuevo centro del poder del mundo, doña María de Molina encandila con su voz a Luis XIV, que un día, maravillado, le ofrece lo que desee como premio a su voz. Pidió la dama la custodia que había en la capilla de Versalles, para enviarla a su pueblo natal, al lugar en que había sido bautizada, para mayor veneración del Santísimo Sacramento, y el Rey Sol accedió. Hasta aquí llegan la historia y la leyenda. 
 

Luego, comienzan a hablar los protocolos notariales, las cartas, los papeles. Por ellos, sabemos que la impresionante joya fue enviada a Madrid a comienzos de 1672, donde quedó bajo la custodia del Alcalde de Casa y Corte, don Juan del Corral y Paniagua, caballero de Santiago y del Consejo de Su Majestad. Avisa este al Cabildo de Santa María de la llegada de la Custodia, y el 3 de mayo de 1672 se lee la carta jubilosa en la sesión del Cabildo, que el 28 del mismo mes comisiona al canónigo Diego Hermosa Rivilla para que se traslade a Madrid y volviera con la Custodia que había enviado doña María. Una joya de valor muy calculado 
 

El 22 de junio, el canónigo está de regreso en Úbeda, dando cuenta del contrato y recibo que tuvo que firmar para recoger la joya, que viene acompañada de un cargo de veintiocho misas que deberían cantarse durante veintiocho jueves del año, como fiesta en honor del Santísimo Sacramento, según deseo expreso de doña María de Molina. Entrega también la escritura en la que consta la tasación de la joya que ha hecho durante la estancia de la misma en Madrid el platero Juan Bautista Villarro: la joya se había valorado nada menos que en 8.000 ducados de plata, más otros 2.000 correspondientes a las hechuras y plata de la custodia. ¡10.000 ducados de plata! ¡El equivalente, aproximado, a más de 55.000 jornales de un peón de albañil de la época! ¡El precio de más de 400.000 kilos de pan! 
 

Santa María de los Reales Alcázares ha sido, desde antiguo, un templo constantemente amenazado de ruina. Y la custodia de Versalles fue, desde bien pronto, una tentación constante para el Cabildo, que tentó la suerte de venderla para acometer obras en la fábrica del templo. En mayo de 1699 confluyen dos circunstancias extraordinarias que parecen no tener otro fin posible que la venta de la Custodia: por un lado, en el incendio de la catedral de Baeza se habían perdido casi todos sus ornamentos, y el cabildo catedralicio tienta la compra de la fastuosa joya; por el otro, Santa María de Úbeda necesita una intervención urgente y el Cabildo Colegial pide autorización al Obispo para proceder a la venta. Casi estaba cerrado el trato, y el 9 de mayo se somete a votación la venta. Cuando seis canónigos habían votado a favor, la pasión del canónigo ubetense Diego Chirino de Narváez y los argumentos jurídicos de otros -que defienden la imposibilidad de enajenar el bien donado por doña María al Cabildo y no a la fábrica de la Colegial, y que alegan que no puede venderse, por lo tanto, para acometer obras en el templo-, frenan el proceso y la custodia, la rica y bellísima custodia francesa, se queda en la Colegiata ubetense. (Si lo pensamos fríamente, no alcanzamos a entender por qué cuando los franceses ocupan España y saquean los templos y conventos ubetenses, no se apropian de la custodia y la mandan de vuelta a Francia: ¿la escondieron, entonces, los diligentes canónigos de Santa María?).

La Custodia de doña María de Molina debió padecer, a lo largo del tiempo, el expolio de muchas de las casi mil piedras preciosas que la adornaban. Y no pudo sobrevivir a los primeros días de la Guerra Civil: desapareció entonces, cuando el día de Santa Ana de 1936, Santa María fue asaltada, ante la impotencia de la autoridad pública. Andados los años, el párroco de Santa María -Diego García Hidalgo- encargó una nueva custodia para Santa María, pagada por los feligreses y réplica casi exacta de la que doña María de Molina enviara desde Versalles en 1672. Pero carece esa nueva custodia de la finura, de la elegancia, del policromado, de aquella joya original. Y carece, claro está, de esa impresionante colección de piedras preciosas que convirtieron a la joya de doña María en la más codiciada y valiosa de las joyas existentes en la diócesis de Jaén. 
 
Publicado por Juan Ángel López Barrionuevo 
 
 
 
María de Molina, doncella de Úbeda 
Manuel Almagro Chinchilla.
Ramón Quesada nos relata, en este interesante artículo, los datos más sobresalientes de la personalidad, de la dama más famosa y admirada de la historia de Úbeda, María de Molina y Morena, de sus influencias en la corte de Felipe IV, en España; y en la de Luis XIV, en Francia. Úbeda recibió importantísimas donaciones de ella, como muestra del amor que siempre demostró tener a la ciudad que la vio nacer. Unos legados que los avatares de la vida los hicieron desaparecer.

María de Molina y Morena nació en Úbeda, el día 5 de noviembre de 1625 (en el libro tercero de bautismos de la iglesia de Santa María, hoja 160 vuelta, existía una partida que literalmente decía: «En la ciudad de Úbeda, a 5 de noviembre de 1625, el M.º José de Salinas, cura de la iglesia colegial de esta ciudad, bauticé a María hija de Juan de Molina y de Francisca Morena, su mujer; vecinos de esta parroquia y firmé. ‑El M.º José de Salinas»). El libro fue destruido en 1936.
Hija de padres tan humildes como honrados, cuando apenas contaba diez años de edad, los Marqueses de Camarasa, don Diego de los Cobos y su esposa, que llegaron a Úbeda con la idea de disfrutar una temporada en su palacio de los Cobos, ante la necesidad de una sirvienta, conocieron y admitieron a María de Molina a petición de esta, pues buscaba por entonces colocación para ayudar en lo posible a sus necesitados padres. La prudencia de la niña y sus singulares cualidades la hicieron pronto merecedora de las simpatías y cariño de los marqueses, principalmente del niño Baltasar.
De María de Molina hace el P. Manuel de San Jerónimo la siguiente descripción: «…Sus personales prendas pudieron ser imbidia
de las matronas romanas, cartaginesas, y sabinas; y cuantas en el templo de la discreción merecieron estalma
. Era muy juyciosa
, callada, y con mucha gala discreta. No la dotó el cielo de hermosura, porque debe ser complicación y riña de los astros concurrir todos juntos, y Minerva y Venus suelen andar discordes; más suplía su agrado y discreción en los oídos, lo que el gusto hechara
menos en los ojos. Dotola
el cielo de una voz tan suave, y el arte de una consonancia tan diestra, que era su música dulcísimo embeleso de cuantos la escucharan; y á
no aversido tan prudente, yhonrada, fuera la sirena de aquel siglo…».
Cumplidos sus días de descanso en Úbeda, regresaron los marqueses a Madrid, y con el permiso de los padres de la joven, esta marchó con ellos. Admirados de las dotes de doña María, que ya tenía quince años por entonces y poseía gran sentido artístico, la presentaron a Isabel de Borbón, esposa de Felipe IV, que, al escuchar a doña María, le ordenó que se quedara en su corte, nombrándola azafata de la serenísima infanta doña María Teresa.
Casó la infanta en 1660 con Luis XIV, rey de Francia; a todas las recepciones y fiestas de palacio asistía la doncella de Úbeda, en París, como azafata de la reina, hasta que enemistadas las dos naciones por tan estrecho vínculo unidas, tuvo que regresar a Madrid. Antes de su regreso, un día de gran fiesta en el oratorio de palacio, queriendo la reina lucir a su azafata y limosnera mayor, nombrada recientemente, la hizo cantar una salve a la Santísima Virgen. Emocionado grandemente de su exquisita voz, Luis XIV le ofreció concederle la gracia que le pidiese. María de Molina miró al monarca, dudó un instante, se ruborizó un tanto y le saludó reverentemente; y, con tímida voz, pidió al “Rey Sol” la custodia del oratorio, con la ilusión de donarla a la iglesia donde era Úbeda fuerabautizada. Accedió el rey de buen grado y la valiosa joya fue enviada de París a Madrid, al alcalde de la casa y corte, don Juan del Corral, caballero de la Orden de Santiago, que inmediatamente, sabedor del delicado tesoro, avisó al cabildo de la colegial de Úbeda para que mandaran por ella, de lo que se encargó don Diego Hermoso Revilla, canónigo de Santa María, que la recibió mediante escritura, con cargo de veintiocho misas cantadas en veintiocho jueves del año, y el certificado de tasación del platero Juan Bautista Villarro, en el que se hacía constar que la custodia es de oro y plata sobredorada, esmaltada en colores y un pie y peana formando tres ángeles, de escultura de plata sobredorada, con sobrepuestos de oro esmaltados, guarnecida de diamantes y rubíes, teniendo 385 diamantes, 165 rubíes, 1 jacinto y 5 zafiros. Tasó la joya en 10 000 ducados. (La custodia fue destruida en 1936; la que la reemplaza hoy es una fiel reproducción, no tan costosa, realizada por el artista levantino José Marlo Lloréis).
A los veintiséis años de estar en Úbeda, estuvo a punto la custodia de ser vendida. La venta no se realizó gracias a la intervención de un ubetense. Sucedió que Santa María estaba necesitada de obras; con este pretexto, el que por aquella época fuera obispo de Jaén, don Antonio Brizuela y Salamanca, autorizó su venta. Hubo insistentes protestas de varios canónigos, y puesto el asunto a votación, al efectuarse, el canónigo de Úbeda, don Antonio Chirino de Narváez, dijo: «Señores capitulares: Mi ilustre paisana, doña María de Molina, donó esta joya a la iglesia y nosotros no somos quienes para privar a la ciudad de tan estimable alhaja». El magistral don Tomás Campos de Vargas aplaudió la idea, ofreciéndose para anticipar el dinero con destino a las reparaciones de Santa María.
Doña María de Molina y Morena no olvidó nunca a su pueblo; haciendo periódicas y espléndidas donaciones, hizo histórico su nombre. Para el convento de Religiosas Descalzas, que estaba en obras, mandó 12 000 ducados, otros 2 000 para terminar la iglesia; un cofre de carey que servía para el Santísimo, el Jueves Santo, y otro más de plata repleto de alhajas igualmente para la iglesia; todo ello a petición de la priora del convento, madre Juana de San Jerónimo, religiosa de parentesco muy cercano al Marquesado de La Rambla.
Sea porque su condición fue tan modesta, sea porque murió a muchos kilómetros de su ciudad, o fuera porque su fama no estuvo en verdad a la altura que le correspondía, la fecha de su muerte nos ha sido hasta ahora negada por la historia; por lo menos en diccionarios, archivos y libros que citan a la reina María Teresa y a su augusto marido Luis XIV, no aparece la azafata y limosnera mayor de Úbeda. Otros historiadores como Alfredo Cazabán y Miguel H. Uribe, incluyendo al cronista Juan Pasquau, omiten en sus escritos la fecha de su defunción, con lo que ratifican nuestra teoría. Sin embargo, María de Molina debió morir relativamente joven, ya que a partir de 1675 no se tienen noticias de su existencia.
Pero que fue una mujer célebre, no cabe la menor duda; y que junto con Mariana de Velasco, Isabel de Dávalos y Josefa Manuel forman un grupo de damas de Úbeda que, cada una a su estilo, a su modo, pusieron esplendor y honor en la historia ejemplarísima de la hidalga ciudad.
(25‑02‑1979).